Dios es abundantemente, sin reserva alguna, generosamente, copiosamente, y prolíficamente santo, amoroso, y justo hasta la última iota de su infinito ser. En una sola palabra, Dios es extravagante.
Su mismo ser es extravagante. Cuando entendemos cuán extravagante y maravilloso es su amor por nosotros, se desata en nuestro corazón y en nuestra mente una extravagante consagración que transforma nuestra vida en una experiencia inconcebible.
Pero eso no es todo. La extravagancia de Dios despierta en nosotros una respuesta extravagante, que a su vez mueve a Dios a nuevas expresiones de su extravagancia— es tan real hoy, como lo fue en el año 1000 a.C., cuando David era rey, o paraMaría de Betania en el año 30 d.C. En todas las Escrituras vemos que las vidas de extravagante devoción y entrega cautivaron el corazón de Dios. Y todavía es así. Experimente el ciclo de la extravagancia en su propia vida. Reconozca cuánto le ama Dios. Ofrézcale su devoción y cuanto recurso tenga: tiempo, talentos, y bienes materiales. Dios los bendecirá y los multiplicará. Tal vez sea todo lo que tiene—eso lo hace extravagante. Pero con el simple acto de entregarlo a Dios, Él obrará milagros y tocará a otros de tal manera que usted querrá ver dónde lo llevará este ciclo de extravagancia.